Clásica y moderna...









En una casona de Caballito, se esconde Federico.
Al atardecer de un domingo, día melancólico por naturaleza, llega la hora de ir a tomar el té en un salón escondido; tras una vitral, se encuentra un teatro sencillo. Y la poesía.

Rosita, la soltera, la engañada, la que acepta el engaño y ve cómo pasa el tiempo.







Recuerdos, nuestros o prestados; somos invitados a desmenuzar los retazos de una vida que podría haber sido pero nunca fue, ordenados por la arbitrariedad que tiene el recorte de la memoria. Y mientras anochece, un patio anticuado que funciona como puente entre el pasado y el ahora, entre la presencia y la ausencia, entre el afuera y el adentro: entre el teatro y lo otro.








Tres mujeres que se quedaron en un momento del tiempo mientras sus cuerpos siguieron adelante con sus vidas, echando luz a una mentira innegable, pero que ellas insistirán en no ver.
Nos brindan sólo lo que debe ser: un Lorca sin sobresaltos, sin forzamientos, sin luchas porque sea algo que no es.
El poeta no necesita ser rescrito. Sólo precisa que lo despierten.